En las épocas de ralentización económica, resulta frecuente que las empresas opten por proteger la rentabilidad recortando los gastos no fundamentales y reexaminando todas las categorías de costes no prioritarios para conservar su ventaja competitiva. De ese modo, los presupuestos de papelería, viajes, eventos y formación, entre otros, se ven cercenados si no eliminados por completo.
La contratación de nuevos empleados o la compra de nuevos aparatos se pospone, siendo sustituida por una planificación a corto plazo y un enfoque de “hacer más con menos” que puede repercutir en la moral y la actitud de los empleados. Éstos, sin lugar a dudas, son conscientes del ambiente que se respira tanto dentro como fuera de la empresa, y notan la presión: se les pide que se encarguen de múltiples tareas y aumenten su eficacia y resistencia, con frecuencia sin el incentivo de un aumento salarial o un ascenso profesional.
Sin embargo, la formación bien puede convertirse en la herramienta perfecta para ayudar tanto a empleados como a empresas a capear el temporal; de hecho, la empresa, para luchar contra la recesión, le pide a sus empleados que sean más eficiente con menos medios, esto es, que aumenten su productividad individual: centrarse en las destrezas clave y aprovechar al máximo los sistemas de la empresa resulta fundamental.